En el ámbito empresarial hay que tener en cuenta que ya no se habla a título personal.Cada gesto y cada palabra que se dice, tiene sus implicaciones. Sobre todo cuando no hay una segunda oportunidad para cambiar o mejorar el mensaje que se ha trasmitido en primera instancia.
La imagen ejecutiva se manifiesta cuando una persona deja al descubierto su quehacer profesional con su sola presencia, su manera de hablar y su forma de relacionarse con los demás.
La globalización ha desdibujado las fronteras entre los países y profesionales altamente calificados terminan desempeñando sus oficios a miles de kilómetros de distancia o tienen que hacer negocios con ejecutivos de culturas distintas a la suya, Por eso existen códigos de comportamientos definidos y aceptados, que al ponerse en práctica transmiten el mensaje sin ambigüedad.
Si a nivel de la imagen personal se permiten algunas licencias respecto a la apariencia, en el campo laboral esto no es posible. Miremos algunos ejemplos: si una ejecutiva siente predilección por el color amarillo y por el fucsia y se viste con estos colores para ir a la oficina, como son vistosos y festivos, no trasmiten la seriedad y el profesionalismo que requiere su posición. Los colores ejecutivos por excelencia son: azul, café, beige, gris y negro.
Detengámonos a pensar en lo siguiente: ¿qué trato recibiría una alta ejecutiva que llegara vestida de amarillo a una junta? Si este color pertenece a su paleta de colores personales, definitivamente se vería espectacular, pero es ahí precisamente donde está el problema, pues correría el riesgo de que sus interlocutores se fijarán más en cómo luce que en su discurso.
Vale la pena tener en cuenta que si queremos usar nuestros colores predilectos y favorecedores a nuestra imagen personal pero son demasiado llamativos en el mundo corporativo, podemos llevarlos en algún accesorio, ya ses bufanda, cinturón o la cartera; elementos que acentúen su vestimenta y le den un toque original.
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